Ayer fue un Martes Santo raro, atípico, diferente y muy largo.
La mañana amaneció con claros y nubes que con el paso de las horas se fue tornando en un incesante gris oscuro. Llevábamos varios días escuchando que el Martes Santo llovía, e incluso en una entrevista que le hicieron a Antonio Delgado, eminencia de la Física y la Meteorología, dijo que desgraciadamente el Martes Santo del año 2011 sería como aquel 2003 donde solo haría Estación de Penitencia a la Iglesia Catedral la Hermandad del Dulce Nombre, más conocida como “La Bofetá”. Este hombre, sevillano de nacimiento y americano de adopción es al que se agarran todas las hermandades que dudan de su salida procesional para que intente afinar sobre las probabilidades reales de lluvia… y nunca se equivocaba.
Desde bien temprano, nos metimos en las diferentes páginas web de meteorología del mundo y comenzamos a comparar los mapas, haciéndonos por unas horas expertos en climatología. Nos agarrábamos a la esperanza de que la lluvia todavía no había hecho acto de presencia y que la Hermandad del Cerro del Águila había pedido una hora de retraso en su salida. “Si piden una hora es porque es posible que se arregle el tiempo, ¿no?”; con esa idea, nos intentábamos quitar de la cabeza la posibilidad de no salir, utilizando un lema que decían los viejos de la “Calzá”: “Si El Cerro sale, Pilatos se asoma”. Todas nuestras expectativas se cayeron de golpe al escuchar que El Cerro no salía.
Ahora tocaba esperar a lo que hiciera San Esteban y que para nuestra Salida Procesional aún quedaban 3 horas como mínimo.
A las 15:30, la Cuadrilla del paso de misterio de la Hermandad de San Benito comenzó a llegar a la Casa Hermandad. Los abrazos entre los compañeros de costal se confundían con el típico “si no puedes ser, no puedes ser. El año que viene más y mejor”.
Los 90 costaleros de las dos cuadrillas del paso, comenzamos a sentarnos en las sillas o en el suelo, buscando un rincón lo más cómodo posible para la larga espera. Algunos se comenzaban a enfajar soñando que se obrara el milagro y dejara de llover; pero San Esteban ya había dicho que no salía.
Manuel Bermudo, Hermano Mayor de la Hermandad, apareció en el salón pasadas las 16:30 para comunicarnos que habían pedido una hora para salir y que se iba a hacer todo lo posible porque la Hermandad realizara estación de penitencia a la Catedral.
De repente escuchamos que Los Javieres se echaban a la calle y un alo de esperanza inundó la Casa Hermandad desde la entrada hasta la última planta donde los costaleros del palio soñaban con las eternas levantá a pulso y el suave toque de las bambalinas de su Virgen de la Encarnación; pasando por el salón donde se encontraban los costaleros del Santísimo Cristo de la Sangre que esperaban ansiosos poder darle la sobriedad que merece a Jesús muerto en la cruz en su parsimonioso caminar por las calles de Sevilla y las eternas “revirá”, seña de identidad de la manera de andar de este crucificado.
Nuestro capataz, Carlos Morán, llamó a todos los costaleros para que entrásemos en el salón y tras unos segundos de silencio, nos dijo que tenía constancia del intento de la Hermandad por salir y que la cosa no pintaba mal. Nos pidió compromiso a todos para que en el caso de salir, llegáramos a la Catedral en 2 horas y 15 minutos; por lo que tendríamos que renunciar a los cambios y andar por derecho. Tras sus palabras, rompimos en un aplauso; firmando con nuestras palmas, el compromiso que nos pedía. “Ahora sí, que si, que nos vamos pa la calle”, se oía a algunos. “Bueno, al menos salimos”, decían otros. Comenzamos a enfajarnos, a hacernos los costales, a besar las medallas, a estirarnos de la ropa, a recogernos los bajo del pantalón… Carlos comenzó a llamar uno a uno: “A ver, primera:…Segunda:….Tercera:…” y así hasta completar las 9 trabajaderas. Desde fuera nos seguían diciendo que había empezado a llover y que la Hermandad de Los Javieres finalmente había decidido no salir y que Los Estudiantes no habían pedido ni la hora de retraso.
A las 17:30 escuchamos como la iglesia rompía en un aplauso y a los pocos minutos, Manolo Bermudo entró en el salón para comunicarnos que la Hermandad este año no realizaría estación de penitencia a la Iglesia Catedral. Con una ovación cerrada, acatamos, respetamos y apoyamos la decisión del Hermano Mayor y de la Junta de Gobierno mientras volvía a romperse el cielo en Sevilla con una tromba de agua.
Se dice que todos los años son especiales, pero este sin duda alguna lo era aún más porque mi padre, muy mermado físicamente, nunca olvidó a su Señor de la Presentación y ni ese infarto cerebral había conseguido arrancarle de su cabeza la imagen del Señor andando con el izquierdo por delante desde su balcón de la antigua Calle Oriente, mientras veía como se perdía por las calles del centro. Por eso, quiso estar en su balcón y aguardó impaciente la salida de la Hermandad que tristemente no se produjo.
Este Martes Santo sería un auténtico rezo en todas las chicotás y la Estación de Penitencia estaría dedicada enteramente a el; a esa persona que hace mucho me enseñó a ser un hombre y al que ahora por una mala jugada del destino, me tocaba pagarle con la misma moneda y hacerle recordar y enseñarle todo lo que su memoria había eliminado.
Cuando llegué a casa, me miró, me dio dos besos y me tocó la cara como cuando era un niño y con una caricia era capaz de curarme todas las “pupas”. Solo fui capaz de sonreírle y tragándome el nudo que se me había formado en la garganta por esos intensos segundos, le susurré al oído “Todo bien papi; el año que viene, más y mejor”.
Un abrazo.