martes, 6 de abril de 2010

Martes Santo en la Punta del Diamante

Se acercaba la Navidad 2007-2008, cuando tuve la suerte de ser elegido beduino de la cabalgata de los Reyes Magos de Oriente en Sevilla, acompañando al Gran Visir.


Un compañero de trabajo, amigo y excelente persona, me pidió un favor. Gracias a mi contacto directo con los Magos de Oriente, me solicitó que hablase con los Reyes para que enviasen una carta a su hijo Felipe, un chiquillo de cinco años, tímido pero de voz inusualmente grave. La carta que me dieron los Magos estaba sellada en un precioso pergamino y contenía palabras que aún sin ser leídas por el chaval, el provocaron un gesto entre admiración, ilusión e incredulidad, por ser seleccionado por los mismísimos Reyes Magos para que a través de mí, se pusiesen en contacto con él y le dirigiesen unas letras.

Felipe quedó impactado, boquiabierto, pero desde luego puedo asegurar que yo lo estaba aún más al ver la inocente cara del chaval, limpio de corazón, abierto a la ilusión… Todavía puedo llegar a emocionarme cuando recuerdo el momento.

Sin embargo, esa ilusión y esa enorme gracia que yo sentía por haber sido transmisor de las palabras de los Reyes Magos, se tornaron en un profundo dolor sólo tres días después de aquel mágico momento. A Felipe, de sólo cinco años de edad como he dicho y que llevaba unos días “malito”, le terminaron por diagnosticar leucemia.

Sé que yo no tenía culpa de nada, pero no podía creer que con la carta que le entregué con todavía más ilusión que con la que la recibió él, también irían posteriormente los resultados fatídicos de las pruebas médicas.

No abundaré en cómo se sintieron sus padres y familiares porque todos nos lo imaginamos y sería muy doloroso explicarlo.

Durante más de dos años, Felipe ha tenido que hacer frente de forma estoica a pruebas, tratamientos, dolorosas agujas, etc., incluso hasta las que llegó a acostumbrarse y no decir ni “mú”, cuando le pinchaban una y otra vez. Felipe ha llegado así a casi los ocho años.

Sus padres, aunque amantes de la Semana Santa, no son lo que se suele decir, unos “capillitas”, ni están vinculados a ninguna hermandad, aunque si llevan al niño y a su hermano, todos los años a ver cofradías. Sin embargo parece que con aquella carta de aquella navidad, pude transmitir de forma mágica a ese chiquillo, un poco de mi pasión por la Semana Santa y por el Señor de la Presentación. Felipe, conforme ha ido creciendo, ha ido aprendiendo cada vez más de lo que es nuestra Semana Mayor y sintiendo lo que son las cofradías. En las sillas que tiene la familia en “La punta del Diamante”, Felipe se aferra a la valla de la primera fila pidiendo caramelos, estampas que conserva de un año para otro, medallitas, etc.

El pasado Domingo de Ramos por la tarde, me encontré con su padre y aunque le insistí que tenía un poco de prisa, él me pidió que tomásemos algo juntos, que tenía algo que celebrar conmigo. Me dijo que el Viernes de Dolores le dieron la mejor noticia del mundo: Felipe terminaba con la quimioterapia y sólo le ponían un tratamiento de antibióticos de refuerzo: estaba curado. Soy una persona a la que le cuesta mostrar mis sentimientos, pero Dios sabe que me alegré tanto como su familia, por el niño y por sus padres. Pero no queda ahí la cosa.

El Martes Santo, en la Punta del Diamante, Felipe espera a uno de sus pasos favoritos… “Papá, papá, que viene el Pilatos, mira cómo viene…”. Su padre, sabedor de lo que iba a pasar, le dijo… “estate muy atento Felipe que lo que vas a ver será muy especial”. En ese momento, yo salí de mi relevo y entraron mis hermanos de la otra cuadrilla para que en la siguiente llamada, justo delante de Felipe, Carlos, diga, “Esta levantá va por Felipe, que el señor ya lo ha curado”. Sus familiares, atentos al momento, quedaban absolutamente emocionados, al igual que el público allí presente y Felipe, no se lo podía creer, incluso en su inocencia e incredulidad, llegó a decirle a su padre… “pero papá, ¿seguro que es por mí, no ha dicho mis apellidos?.

Y para mí, en ese mismo momento, esa angustia que tenía guardada desde que ocurrió esa desdichada coincidencia en la navidad de hace tres años, quedó finalmente liberada; en esta ocasión, no fue por mediación de los Reyes Magos (Dios sabe que se lo pedí) sino gracias a mis hermanos de San Benito, con una levantá de ensueño, agradeciendo al “Hijo de Dios”, uno de esos pequeños milagros que obra cada día a través de la medicina, el tesón de los padres y la ilusión de un niño. Para mí, Felipe, a partir de ahora siempre estará representado por uno de los angelitos que rodean el paso del Señor de la Presentación.

Por eso, está claro que cuando Carlos, en su “brevísimo pregón” de cada Martes Santo, unos minutos antes de que salga la cofradía en el salón donde nos hacemos la ropa, dice que con que hagamos feliz a una persona por sólo un instante, merece la pena todo el esfuerzo…. ¡y tanto que lo merece!. GRACIAS.

1 comentario:

  1. Estos detalles son los que nos hacen sentirnos y convérsennos de que estamos por el camino que El nos mando. Porque si no somos capaces de llevar la esperanza ni la alegría a nuestros semejantes, no podemos ser dignos de ser Gladiadores del Hijo de Dios.
    Hermanos seguir amando al prójimo y el os lo recompensara.
    En la vida nos encontramos con muchas dificultades y conoceremos a muchos Judas, pero debemos de seguir como el nos enseño, repartiendo paz, amor y alegría, y olvidar a los que nos critican o no nos entiende nuestra forma de ser.

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